Calentar el frío

Hay que calentar el frío
en esta noche tan espesa.
Expandir la sensación
como una luna que se filtra lentamente por el aire
y pinta con estrellas
la oscuridad en el vacío.

Hay que esperar a sentir ese hormigueo.
La chispa con la que empezarán a hervir uno a uno
los sentidos.
Esperar.
Sentir la corriente y el vapor
desplazarse por el cuerpo
y burbujear.

Hay que escuchar esos sonidos
que ablandan nuestra sangre.
Mirar en las fronteras de lo que es posible
y lo que está prohibido
y encontrar certezas
de lo que jamás imaginamos.

Hay que calentar el frío
en noches donde el ruido hace mella
y nos ciega los oídos.
Calentar el frío
entre el humo del cigarro
y botellas que hemos recogido del océano
pensando que nos harían olvidar lo sucedido.

No sé si alguien nos enseña alguna vez
a calentar el frío,
o si es algo que uno aprende
durmiendo con cadáveres distintos.

Lo que sí es que con el tiempo he descubierto
que no todos saben cómo comenzarlo
o qué hacer para mantenerlo encendido.
Pero una vez que se ha logrado,
basta disfrutar:
del calor,
del olor,
del sonido.
Admirar la furia de las llamas
hasta el último suspiro.
Dormir entre cenizas
como carbón al rojo vivo.

2018/02/01