El cuerpo ajeno

El cuerpo ajeno

Me duele el cuerpo ajeno
cada vez que alguien viene a mí.
Puedo oír los pasos
corriendo lado a lado
y escuchar los sentimientos
acribillar mi corazón
hasta morir.

Siento erizar mis vellos
y correr la electricidad
tal si fueran ríos
que inundan el rencor
de sufrimiento.

Me duele el cuerpo ajeno
que no sabe llorar.
Cuevas que se encierran en mundos
de pastillas
y recuerdos
y que no quieren sentir
la vida que se extiende tras los muros
de la piel.

El cuerpo ajeno es un dulce monumento
que a veces me encuentro abandonado.
Viento silencioso,
luz y sombra
que sin decir palabras
cuenta historias de dolor.

Me duele el cuerpo ajeno
que desdice las verdades
que aún responden a mi tacto.
Son señales,
emociones que me dejan sin aliento
pero que no puedo poseer
por temor
a que se vuelvan de verdad.

También me duele el cuerpo
que me llama
pero que no debo escuchar.
Excesos de palabras
que lejos de decirme algo
no me van a llevar a nada.

Me duele el cuerpo ajeno
que jamás logré besar.
Ese árbol que siempre
tuve a la mano
pero que por miedo a perderme
entre sus brazos
jamás quise tocar.

Hay luces que se apagan,
lugares donde el sol
jamás evapora el agua.

Me duele el cuerpo ajeno;
ése que no es mío
pero oculto tras las sábanas
deseando no volvérmelo a encontrar.

03/01/2016

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