Como el sol cuando avanza
y cubre de sombra el asfalto,
así la nieve escala,
en su ínfima versión acuática,
acariciando el cuerpo.
Despierta los sentidos,
se deja escurrir entre los poros
para luego aferrarse con sus uñas
a tu piel.
Sin darte cuenta
ya está sobre ti,
comiéndose tu ternura y calidez.
Entonces obstruye la sangre
que bombea tus sentimientos.
Ya no reconoces lo que dices,
ya no respondes a lo que quisieras.
Tiemblas,
como cuando eras niño
y sabías que papá venía por ti.
Y el mar muere con tu ausencia.
Y la flor se quema
con tu ausencia.
La herida arde,
pero no del fuego,
sino del aire frío
que lastima tus pulmones.
Dentro de ti hierve ese suspiro;
la posibilidad de encontrar tu polo opuesto,
de dejarte llevar por el magnetismo ciego.
Pero la oquedad y el hermetismo
te hacen pasar por un paisaje.
Un fondo que nadie ve jamás.
Para ti vale la pena
mientras estés cerca.
¿Para ella?
Hasta cuándo estarás de pie para esperarla.
Con qué apagarás las llamas
que emanan de tu interior.
No quieres echar más hielo a lo que tienes.
Mejor muerde esos cristales
que te embriagan de dolor.
Ya no reconoces los residuos del verano,
ni hasta dónde llegaba la razón:
Eres tú o no es ninguno.
Eres tú o no eres nadie.
La brasa que quedó encendida,
la sospecha que arrastraste con el miedo.
27/01/2013