La vida es veces este hartazgo:
querer salir al sol,
sentir el aire
moldeando el rostro.
Olvidar.

Hay nubes de las que brinca uno
sin mirar abajo.
El azul llena los pulmones
durante la caída.
No hay refugio en el vacío,
sólo sueños momentáneos,
intermitentes,
que pasan por ahí.

Se necesita tiempo
para tomar un camino.
Valentía para no mirar atrás.
Aventura para atreverse a amar a otros
cuando tu verdadero amor no da para más.

A veces no ajustamos nuestras voces,
nos volvemos muy equidistantes.
Preparamos los motores para llegar muy lejos,
pero nos vamos deteniendo en cada esquina.
¿Qué despierta nuestra miedo?
Romper las reglas,
tomar valor,
obtener lo que quisimos siempre
pero no pensamos que algún día llegara a suceder.

Volteamos mientras tanto
compitiendo con los otros;
se nos olvida preguntar si en verdad queremos lo que obtuvo
el que va hasta allá adelante.
¿Y qué hay con el de atrás?
De qué sirve este orgullo
si sabes que sólo usa tu camino
porque no tiene muy claro a dónde ir.
¿Acaso no sigues la misma ruta tú?

A veces detenerse también es avanzar.
Replantear los objetivos,
ubicar nuevas salidas.
Encontrarnos perdidos en el mapa
pretendiendo conocer nuestro destino.

Veamos el paisaje,
describamos su interior.
Hay corazas que se yerguen dando vida
al concepto de ciudad.
También de vez en cuando
hay diluvios que inundan más por dentro
cuando sólo queda tristeza y soledad.

Dar la vuelta no es tan fácil:
hay retiradas permitidas
que nos dejan nuevos rumbos por tomar.
Hay otras en las que huir no es una opción.

Nunca pretendamos adivinar el contenido
de lo que vemos en el exterior.
Ni siquiera estando dentro podríamos reinterpretar
lo que sienten los viajeros
aunque nos sentemos en su misma posición.

Observa bien,
mas no confíes.
El peligro está en cada paso,
aunque el trayecto te lo sepas de memoria.
Antes de alcanzarme,
pon mucha atención:
Los sentimientos en mi corazón
pueden parecer más grandes
de lo que realmente son.

09/06/2013