Érase una vez un cuento

Érase una vez un cuento

Érase una vez un cuento
que no tenía protagonistas.
Se sentía muy solo,
y muy vacío.
Recorría una a una
sus propias páginas
tratando de encontrar día tras día
alguna mancha entre sus ropas.

Se sentía triste
y amargado
de que ninguno de los fabulosos personajes
que habitaban otros cuentos
estuviera ahí a su lado.
Soñaba cada noche
con que el infinito de su blanco
se llenaba de historias diferentes,
y que todas ellas se peleaban
por querer estar entre las hojas.
Despertaba, sin embargo,
y admiraba con tristeza
cómo seguía sintiéndose incompleto.
Era un desperdicio,
pensaba de sí mismo,
pues no contaba ni una historia
y nadie iba a acercársele jamás para leerlo.

Al pasar los años,
el cuento en blanco comenzó a contar
sus propios cuentos
para dejar de sentirse solitario.
Los otros personajes comenzaron
entonces a escuchar atentos
las historias que noche a noche
inventaba el personaje.

Realmente era muy bueno,
confesaban,
y es que todos quedaban muy perplejos.
Las princesas dejaban caer sus pañuelos
desde lo alto de la torre
y los caballeros
acompañaban con respeto
la melancolía de lo que escuchaban.
El cuento en blanco se convirtió
en la admiración de los demás;
en un ejemplo de creatividad,
honor, valentía y bondad.
Reflexionó entonces
sobre todo lo que había alcanzado.
Se dio cuenta
hasta ese instante
que él siempre había sido el protagonista
y había reunido dentro de sí
todas las características
de los personajes
que quería que habitaran su interior.

29/06/2014

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *