Poesía no es entropía

Poesía no es entropía

Y si pregunto por tu nombre,
¿me dirás quién eres?
Y si te miras al espejo,
¿sabrás decirme?
Sólo conocemos nombres;
juegos de palabras que cargamos de sentido.

¿Quiénes son tus padres?
No me digas cómo ellos se llaman;
eso no responde a mi pregunta.

¿Y si los miras a la cara?
Podrías describírmelos;
decirme, por ejemplo,
que tu padre tiene cabello corto,
ojos grandes y una voz muy fuerte.
Que tu madre tiene cabello largo,
nariz muy fina y unas orejitas.

Y si le pregunto a ellos que me digan quién eres,
¿crees que sepan?
¿Qué hay de tus compañeros?
¿De tus amigos?
¿De ti mismo?

No sólo basta con mostrar tus credenciales
y repetir lo que te han dicho.
Lo que sientes,
lo que haces,
también deja su huella.

Dime, por favor, quién eres.
Dime si en verdad estás detrás de esa mirada.
Cierra los ojos,
imagina.
Comienza a hablar
y reconoce aquella voz.
¿La escuchas?
Esa voz suena distinta para mí.
¿Cómo suena tu voz?
¿Sientes vibrar tu pecho?
¿Sientes que se te acaba el aire?
¿Lo habías pensado alguna vez:
que todo aquello que haces termina por ser distinto
cuando alguien más lo ve?

Y bueno,
¿en este punto sabes ya quién eres?
Lo que hiciste ayer,
lo que pensaste,
lo que dijiste,
¿crees haber sido tú?

Y cuando papá está enojado,
¿crees que también haya sido el de siempre?
Vamos, dime quién eres.
¿En qué sueñas?

Si escribes tu nombre,
¿lo escribes igual dos veces?
¿Quién puede decirte quién eres?…

Toma una hoja de papel,
escríbete una carta.
¿Qué quieres decirte?
Métela en un sobre,
escribe muy bien tu dirección,
escribe muy bien tu nombre,
ve al correo postal,
compra una estampilla
y deja el sobre.
Seguramente cuando recibas esa carta
te parecerá haberla recibido
de un extraño.

03/11/2013

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