El cuerpo no conoce las fronteras
que impone la razón.
Los sentimientos se desangran
cuando las creencias
se vuelven más pesadas
que el dolor.

Quiénes son los enemigos
sino nosotros mismos.
Los que abrimos la puerta
y dejamos pasar al viento
que se volverá una tempestad
en nuestra habitación.

Hay veces que el idioma
nos transforma
en bombas circulando.
Las palabras van haciendo daño
y penetrando en la memoria
de quienes nos escuchan.
Olvidamos recoger el odio
que ya no cupo
en nuestros cuerpos
cuando el amor
nos conquistó
sin preguntarnos.
Y en vez de irse por la coladera,
se quedó impregnado en el mosaico
esperando el momento
de atacarnos.

La humanidad tarda en germinar
poco más de unos cuantos años;
cosecharla puede llevar tan sólo
unos minutos.
A veces no me queda claro
si en el hueco que dejan las semillas
hay quienes se atreven
a sembrar la muerte.

Retumba en los oídos
ese canto,
ese grito,
la sentencencia,
una bendición
y la promesa:
La peste no abandonará
nuestras narices
hasta que termine
la cacería
contra todos los hermanos.
Esta guerra
es la primera
y también una advertencia
para los que quieren aprender
de ella.
La ciudad de luces se ha cimbrado;
nuevos muros nos separan
de las personas que amamos.
Respiramos miedo,
nos ahogamos;
ya no volveremos a ser los mismos
hasta que esto haya acabado.

15/11/2015