Mi casa era un hogar de puerta abierta.
En ella no se permitían echar candados.
Todo lo visible, era público.
Todo lo privado, también.
¿Pero a dónde ir cuando los secretos
se quieren salir del cuerpo?
Cerrar las puertas sólo era
levantar sospechas.
Y así pasan los días,
y en vez de tirar las hojas,
como si fuera calendario,
vas guardando la piel,
escama sobre escama,
hasta que dejas de reconocer
si lo que traes encima es lo fresco
o lo más viejo
que te pudiste poner el día de hoy.
Cualquier casa puede ser una prisión,
y a veces hay ojos presos,
que ven pero todo lo callan,
y bocas secuestradas
que lo dicen todo
a costa de nada,
y oídos sordos
que dejan pasar al viento libre.
Cualquier casa puede ser una prisión,
y son pocos los que tienen frente a sí
barrotes que parecen ser almohadas.
O zapatos,
o cocinas,
o jardines.
o padres
o hermanos,
o a sí mismos.
A veces el enojo es un ancla,
y a veces la tristeza es un agujero,
y a veces son las lágrimas
las únicas que se atreven
a romper el silencio.
Y así pasan los días,
tal si fuera calendario.
Y en vez de tirar los días pasados,
los vas acumulando.
Con sus nubes,
con sus lluvias,
con sus rayos
y con mares agitados.
A veces hay tormentas
que no vale la pena
sacar del vaso.
Cualquier casa puede ser una prisión,
y cualquier sueño puede ser la víctima.
28/02/2013