Difuso el paraíso que construye cada uno. Un sitio sin oxígeno en el que sin pensar nos sumergimos.
A dónde vamos, sino al abismo de emociones y sentimientos escondidos donde el miedo no deja que la luz alcance su destino.
Y fue ahí cuando nos perdimos. No supimos ver tras decirle adiós a la escotilla la maravilla de una vida llena de cielo azul y nubes blanquecinas.
Pese a todo, preferimos hundirnos en aguas peligrosas en las que no vemos más allá sino pensamientos confundidos que algún vez tuvimos.
Y ahora a dónde vamos: si quedamos atrapados en el sitio que escogimos para quedarnos escondidos, yendo cada vez más hondo en cada viaje esperando algún día llegara sin retraso el rescate que con ansias esperamos.
Curiosos de lo que sentimos, hay veces que pagamos a la vida por mostrarnos errores repetidos ocultos en memorias y tiempos compartidos.
¿Valentía o masoquismo? Preguntas que uno deja a la psicología o al ocultismo, mientras navegamos entre lágrimas de iceberg y tragedia inexplicable que nos llevan hacia un subconsciente totalmente incomprendido.
No existe submarino para protegernos y hacer todo más sencillo. Tampoco los radares que nos indiquen los lugares donde están exactamente los motivos que nos llevaron a tomar las decisiones de las que hoy nos arrepentimos.
El océano luce bien desde lo lejos, pero debajo se esconden heridas tan profundas de las que muchas veces no sabemos.
No sé si a este punto salvarnos fue a propósito algo que impedimos. O si solo quisimos estar solos en un ambiente frío esperando que se acabara el aire porque fuimos tan cobardes que ahogarnos por cuenta propia nunca fue algo a lo que nos atrevimos.