Entre tú y yo hay un hilo rojo. A veces está tenso, a veces está flojo, pero nunca ha estado roto.
Este hilo no lo puso ninguno de nosotros. Siempre estuvo ahí desde el primer momento en que nos miramos a los ojos.
Este hilo nos conecta desde tiempos muy remotos. Y es tan frágil como la seda, aunque a veces se sienta tan indestructible como el oro.
A veces sigo el hilo para guiarme hasta contigo, y en ocasiones te encuentro rápido, y en otras, atravieso por miles de obstáculos.
No sé si lo haces a propósito o si solo eres muy curioso y te gusta andar por los caminos que parecen peligrosos.
Tampoco sé si te gusta jugar así conmigo y esperas que vaya siempre tras de ti para ver si estoy celoso, o simplemente tratas de decirme que prefieres estar solo.
Cuando miro algo bonito, me gusta hacer vibrar el hilo para recordarte que aquí sigo. Y a veces paso horas esperando a que respondas, pero te amo de tal forma que espero a que las ondas vuelvan hasta mí, aunque sé que cuando lo hacen ya no traen tu aroma.
No sé si te asusta que este hilo nos mantenga unidos, pero a mí poco me importa, porque entiendo que aunque así lo haya querido nunca serás mío.
Hay veces en que suelto un poco de madeja para ver qué tanto te alejas, y me cuesta saber que aun eres joven y te gustaría ver cosas ahí afuera, y que puede que un buen día, quizá ya no regresas.
Entre tú y yo hay un hilo rojo, un hilo que con el tiempo he ido soltando quizá más de lo necesario. Y mucha gente me dice que debería tirarlo y esperar a que tú lo recojas del otro lado, pero no sé si estoy listo para eso y quedar decepcionado. Puede ser que también quede sorprendido y realmente quieras estar conmigo, pero eres siempre muy tímido y callado, y a veces no sé bien qué hacer contigo.
Entre tú y yo hay un hilo rojo, un hilo que día con día se ha ido terminando. Y, si te soy honesto, de este lado de ese hilo rojo ya me queda poco.