Ven, acércate,
aquí dentro hay tantas opciones,
¿qué es lo que te llama la atención?
Muerde el anzuelo,
siéntate.
Mira cómo tu independencia
se disuelve con un vasito de jerez.
Ve la carta,
¿qué gustas como entrada?
Quizá un poco de tiempo
para esperar amores que no llegan,
¿o prefieres tragarte el orgullo
y olvidar lo que pasó?
Nadie aquí te juzga,
sólo eres tú y la mesa
y los cubiertos y el mantel.
Abre el apetito,
da chance a que la víscera
se coma tu coraje y compasión.
¿Y ahora qué sigue?
Una ensalada de emociones
aderezada con sinrazón.
A tu lado,
la sal y la pimienta.
A veces la vida es muy insípida
y uno tiene que engañar al paladar.
Y sigue el plato fuerte:
escoger entre lo que fue
y no pudo ser.
Decidir entre lo que había
y no estaba dentro de la carta.
Vamos, es en serio,
¿prefieres irritar tu corazón?
Los sentimientos son sólo ingredientes
revueltos en una tonta combinación.
Hazlo lentamente,
mastica las palabras,
¿valieron la pena los pretextos?
Saborea la bilis,
los celos escurriendo por tu boca
tan sólo por pensar en él.
¿Y luego qué?
Sí, claro,
fingir que nada en ti se mueve.
Velo de esta forma:
eres tan frágil como la copa
que sostienes en la mano;
de ti depende cuánto quieras añejar esos recuerdos.
Y para cerrar,
¿por qué no quitarse de la lengua
los ataques y palabras
que no valen la pena?
Pídete un café, anda.
Sabes que entre más amargo, mejor.
Acompáñalo con un postre;
sabes que siempre has sido plato de segunda mesa
y no importa lo dulce que parezca;
al final la magia se termina
y te deja con ganas de más.
Termina de sufrir,
date cuenta de todas las consecuencias
que trajo tu desliz.
¿Por qué viniste aquí desde el principio?
Qué podrías decir de tu experiencia.
Como la comida,
cuando se acaba,
la próxima vez debes empezar de cero
una vez más.
El amor sabe a una chingada
(y lo peor es que te creo).
16/12/2012