Hablando lento no me reconozco. Quizá es algo que siento y lo único que quiero hacer es salir corriendo a dónde estás en este momento.
Me muerdo la lengua para no decirte que te extraño, aunque la consecuencia de este amor sea siempre hacerme daño.
Pero es que no sé que más hacer sino seguirte amando. Me siento un ave que volaba libre y derribaron, y ahora no sé qué hacer por temor a terminarme el aire que me mantenía flotando.
No sé por qué quieres llorar en el hombro de alguien más que no sabe valorar lo maravilloso que eres, pero no me corresponde a mí juzgar las experiencias que vivir tú mismo me has dicho que quieres.
Intenté regar con gran cuidado el amor que tú y yo nos procuramos, pero ni su fuerza e intensidad fueron suficientes para deshacer la fragilidad de lo que estábamos creando.
Qué difícil para mí es estar frente a un amor descafeinado. Un amor en el que yo digo que te amo y me quedo aquí esperando.
Yo era el que te deseaba buenos días y te mantenía despierto cada vez que lo pedías.
Ese amor cargado de los mayores sentimientos que me dijiste que buscabas y de otras cosas más que nunca pudiste haber imaginado.
Un amor que además por ti se mantenía vigente, de manera diferente, para reconfortarte cada vez que se te enfriaba el alma.
Un amor que, al contrario, preferiste apagar por temor a que su hervor te quemara con todo aquello que te pudo dar.
Aburrido estoy ya de lanzar anzuelos en lugares donde ni siquiera sé qué estoy buscando. Yo solo quería mirar al agua cada día para poder mirar con alegría el reflejo que me estaba ahí esperando.
Pero me quedo hoy solo en este estanque con miles de esqueletos de peces a los que no les importa mas que el olor putrefacto de la carne.
Me quedé con ganas de decirte que cada día que despertaras te preguntaras si todavía me seguías amando.