Día y noche te veo pasar. Yo encerrado en un cuarto con paredes de cristal. Vivo atado a sueños, fantasías, amordazado, sin poder gritar, mientras callo lo que siento porque yo ya sé que no lo quieres escuchar.
No sé si tú me miras por igual. Si has notado mi presencia en este frío lugar desde donde espero con mi honestidad desnuda algún día poderte tocar.
Amores yo sé que has tenido varios. Supón de mí igual. Aun así, anhelo un minuto tenerte entre mis manos y llevarte de paseo por esos recovecos a los que mueres por llegar. Sentir tu humedad, abrazarte de vapor y saborear la miel de tu sudor que escurre sin cesar.
Cuánto daría por salir de mi prisión que me ata noche y día a cabinas sucias agujeros y noches tristes bajo luces de neón. Que no desviaras la mirada, que llegaras y me vieras fijamente y tus ojos me quemaran con la misma fuerza con la que me robas el aliento en esta cama.
Pero yo sé que de mí no quieres nada. Excepto que sepa obedecer. Que haga lo que pides y no tener que saber de mí otra vez. O eso es lo que creo, hasta la siguiente vez en que te veo y sé que lo que hay entre nosotros no es ningún invento.