Laberinto de pirámides; aquí abajo descansan emociones en paredes de cristales que fueron erigidas en algún otro momento.
Con seriedad, alguien se tomó la libertad de curar los sentimientos que otros sintieron en verdad o quizá solo fingieron.
Exhibidos en vitrinas, otros más colgados. Corazones rotos y vilezas a la vista de turistas que no hacen nada más que tomarse fotos mientras las hordas van pasando y todo el mundo mira.
Quién pudiera ser como ellos y caminar indiferente ante los rostros que claman por ayuda y lloran frente a todos.
Hoy se miran los fantasmas a los ojos como siempre: esperando encontrar en el reflejo una persona que les diga que también sabe lo que sienten.
Pero aquí son pocos los espectadores que sonríen a cuadros nerviosamente sin saber qué está pasando. Descifrar lo que hay detrás de cada uno es un enigma Que muchos prefieren mantener en el anonimato.
Apreciar lo que los demás sintieron a lo largo de los años no es tarea sencilla, sobre todo si tienes sólo hora y media y afuera un autobús que te espera a la salida.
Cuántos se tomarán el tiempo de apreciar las heridas y fisuras que nos causa la existencia y cómo la vida nos va decolorando.
Cuántos nos saben incompletos y se preguntan qué nos hace falta o se imaginan cómo éramos antes de rompernos.
Cuántos nos observan a lo lejos y se ponen a pensar en nuestro origen y cómo es que hasta aquí llegamos.
Cuántos pasan con tranquilidad a nuestro lado y creen que fungen como héroes cuando en realidad son ellos los que nos tienen secuestrados.